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¿Cómo afecta el exceso de imágenes a la forma en que percibimos y comprendemos el mundo?

Múltiples imágenes

Del vídeo expuesto aquí arriba, en esa rápida sucesión de imágenes, ¿somos capaces de "digerir" algo en especial? y reflexionemos en esa palabra, digerir, que es un proceso de asimilación ya sea de alimento, nutriente, ideas o imágenes y que de ellas recibamos algo que nos nutre de alguna manera. El digerir es un proceso de selección (discernimiento) y transformación. Con la sobreingesta de imágenes visuales, ¿qué creemos que ocurre?


En el ámbito de lo visual, nuestra época se caracteriza por una producción y consumo a gran escala de imágenes que inundan nuestra cultura y  memoria visual. La velocidad y volumen con la que  se producen y  se reproducen las imágenes, puede llegar a  saturar nuestra capacidad para percibirlas, pudiendo dificultar  su discernimiento, el consecuente significado para el espectador y la experiencia de esa percepción visual. ¿De qué manera se ve afectada nuestra percepción de las imágenes y lo que nos dicen del mundo o nuestro entorno con esta saturación o sobreabundancia de las imágenes? ¿ Y de qué manera puede afectar también la percepción de nosotros mismos?


 Gottfried Boehm nos dice que “lo decisivo para la creación de sentido es la reactivación en la imagen de la experiencia latente de ver, pues solo así es como la imagen vista se vuelve verdadera y completamente imagen”(1). ¿Esa experiencia de la que nos habla Boehm, puede realizarse en medio de una exposición constante y hasta involuntaria de múltiples imágenes? Esa “experiencia latente” de la que nos habla el autor implica un  complejo proceso del órgano que percibe lo visual, el ojo, y luego el misterioso y enmarañado camino de la interpretación de esa imagen, proceso que ocurre en nuestros cerebros, con este tomando referencias del archivo de la memoria, de las emociones, de lo instintivo e intuitivo y luego reaccionando intelectual, física e incluso químicamente a esa visión (si produce aversión, placer, miedo o alegría  esto es  experimentado en el cuerpo) Nuestro intelecto  irá organizando, clasificando, descifrando lo que percibe, a velocidad imperceptible y sin recurrir, necesariamente, de la voluntad. Este conjunto de conexiones y procesos es necesario para poder recibir ese estímulo y luego “decidir” qué hacer con el mismo. ¿Se integra a nuestro conocimiento como algo válido, importante, divertido, constructivo o bien se descarta como irrelevante, desagradable, que no recibirá espacio en nuestro pensamiento ni mayor análisis? 


Hans Jonas, compartiendo la idea de la experiencia de la imagen y refiriéndose a la indagación de lo verdadero en la imagen percibida, considerando la cuestión de la coincidencia y la diferencia, nos pregunta: “¿es verdadera esta imagen que tengo a la vista?, ¿en qué sentido lo es y en cuál no lo es?” (4) Preguntas que tanto para ser planteadas como respondidas, según el autor, requieren de cumplir con la primera condición que es la de hacer la distinción entre lo aparente y lo auténtico. Confirmación o desengaño, verdad o falsedad. Uso del juicio, razón, memoria o experiencia previa. Y nos plantea un hecho interesante: si hay desengaño- es decir, se detecta la falsedad, la contradicción, la nota disonante- esa experiencia es “la más acentuada, y también la más relevante desde el punto de vista de la teoría del conocimiento”(4). La confirmación o determinar si era la imagen una verdad no tiene el mismo impacto, “pues es lo lógico y esperable”(4).


Los procesos de los anteriores párrafos suceden a velocidades, la mayoría de las veces, imperceptibles, convirtiéndose en un flujo de múltiples análisis visuales del que no tenemos un control o seguimiento consciente. Cuando nos enfrentamos a imágenes de manera deliberada, instalados y decididos a contemplar y recibir lo que es (o no es) destinamos un espacio de tiempo y pensamiento disponible para ese acto, en cierta forma, ese acto de encuentro entre la imagen y nosotros. Lo que parece estar en riesgo en la actualidad, con la superproducción y exposición casi permanente a diversos estímulos e imágenes, es ese espacio para ser un receptor consciente en ese acto de encuentro, de percepción de eso otro que es la imágen (la obviedad es que es el mismo espacio que requiere toda comunicación y relación humana) y que a la vez puede revelarnos aspectos de nosotros mismos, como en una relación especular. La capacidad de discernir, interpretar y responder ante una imagen requiere tiempo para la asimilación y más aún para llegar a un pensamiento crítico que nos permita recibir lo máximo del contenido, no en afán codicioso de conocimiento sino con la idea de apertura que integre nuevos elementos para construirnos o descubrirnos (develar) a través de esa relación con determinada imagen. El acceso a este tesoro que es el mismo acto de descubrir, de ver una verdad, de acceder con mayor profundidad a un conocimiento obtenido en esta relación visual es lo que en cierta medida podemos estar perdiendo en medio del torbellino de imágenes visuales. Se  mira todo y se ve nada. Cuesta distinguir un árbol en especial dentro de un bosque lleno de ellos y sin espacio para percibir uno en particular.


Por otro lado, la superabundancia de imágenes visuales disponibles y la saturación de nuestra percepción pueden producir cierto embotamiento que puede dejar nuestra mente expuesta sin filtro crítico alguno, a riesgo de alterar o alimentar de material falso nuestras concepciones del mundo. Es conocida la práctica del uso de la imagen para manipular o inducir el consumo de determinados productos, prácticas de la publicidad a las que ya estamos habituados y supuestamente advertidos, lo que no ha evitado que la mayoría seamos influenciados por ellas cual marionetas o sujetos de hipnosis. Esa manejo se lo permitimos a la publicidad por la baja en la alerta, en los procesos de juicio y análisis ante sus bombardeos de imagen e información. Es tanto y a tal velocidad que el cerebro parece quedar muy expuesto, más si no tenemos una base sólida y la sospecha permanente ante sus formas y estrategias de uso de las imágenes. 


Las tácticas de la publicidad con el uso de la imagen parecen haberse expandido también al ámbito de la “autoimagen”, convirtiéndonos en productos promocionables, una mercancía, una tendencia, un “influencer”. El ser humano siempre ha construido máscaras o “personae”, persona(del latín personae, que era el nombre para la máscara usada en teatro en la antigua Roma), sea consciente de ello o no y sea esto necesario para nuestra subsistencia o no, según se ha estudiado en ámbitos de la psicología. Sin embargo, lo que ocurre en los tiempos actuales es casi un desdoblamiento de esta persona o una multiplicación de ella a través de diversos medios masivos o redes sociales. Estudiada están ya las consecuencias de ver permanentemente y sin discernimiento imagen tras imagen de gente perfecta, exitosa, de molde, rostros y cuerpos de inteligencia artificial (sea por filtros o procedimientos estéticos)y lo que estas imágenes provocan en nuestra autopercepción y la del mundo. Ante este embotamiento, la imagen parece “entrar directo” , sin filtro, sin discernimiento. Percepciones que pueden ir modelando gustos, metas, objetivos de vida, valores. 


Hoy el uso de la imagen visual es también prioritaria frente a los signos lingüísticos en el ámbito de la política, los grandes totalitarismos se han valido de ella para generar nuevas narrativas, atraer y mantener adeptos. Su uso es fácil, rápido de difundir, rápido en llegar, casi instantáneo, podemos resumir grandes discursos ideológicos en una sola imagen, obteniendo gran “rentabilidad” de su uso. Manejando ánimos, miedos y anhelos de seguridad.


Esto se  vincula con los conceptos de la ética y la responsabilidad en el uso de la imagen, que tanto Boehm, Jonas y Mitchell abordan de una u otra manera y profundidad, advirtiendo que las imágenes tienen influencia o poder en el debate público, en la emoción colectiva, en la historiografía y en la generación de narrativas, entre muchos otros ámbitos. Los productores, creadores y reproductores de imágenes visuales deben tener claro este punto: la imagen visual tiene vida, interacción y consecuencia en el mundo por el que se esparce. 


Al no disponer del tiempo y la capacidad de diálogo/análisis con lo recibido, quedamos expuestos a la agencia de la imagen. Mitchell profundiza sobre el poder de la imagen en lo que denominó “ilusionismo” y “realismo”, y nos dice:

“ El ilusionismo es la capacidad de las imágenes de engañar, deleitar, asombrar, deslumbrar o, de alguna forma, ejercer cierto poder sobre el que las mira; por ejemplo, en un trompe-l'oeil, o en los efectos especiales en el cine, el interés reside en simular la presencia de ciertos objetos, espacios y acciones, para provocar la respuesta del espectador. El realismo, en contraposición, se asocia con la capacidad de las imágenes de mostrar la verdad de las cosas. No se apodera del ojo del observador, sino que más bien se sitúa en su lugar, ofreciendo una ventana transparente hacia la realidad, la encarnación de la perspectiva de un «testigo ocular» socialmente autorizado y creíble. Se supone que el espectador de la representación realista no está sometido al poder de la representación, sino que utiliza la representación para hacerse 

con cierto poder sobre el mundo. Vista como una imagen texto compuesta, la representación realista podría entenderse como una imagen acompañada de una leyenda tácita: «Así es como son las cosas». La leyenda del ilusionismo es «esto es lo que las cosas parecen».


El ilusionismo implica un poder sobre los sujetos; es una acción orientada hacia un sujeto libre que debe ser dirigido, persuadido, entretenido, engañado. El realismo se presenta a sí mismo como un poder dirigido a los objetos, el tipo de poder que Foucault llama «capacidad». Puede que incluya representaciones de sujetos, pero se dirige a ellos (y a sus observadores), por decirlo así,«objetivamente» (3)”


¿Podemos “defendernos” del ilusionismo y la falsedad esparcidas en tanta imagen visual por doquier? Demanda tiempo y una mirada crítica, como ya se ha mencionado en párrafos anteriormente, y también una formación básica o nociones elementales de la imagen visual. 


A modo de conclusión, vamos a recordar que uno de los primeros dispositivos con gran contenido de imágenes visuales secuenciales a gran velocidad fue el televisor. Mitchell nos ofrece   su ágil observación al respecto:


“Desde luego, no soy yo el primero en sugerir que vivimos en una era dominada por las imágenes, las simulaciones visuales, los estereotipos, las ilusiones, las copias, las reproducciones, las imitaciones y las fantasías. Las ansiedades respecto al poder de la cultura visual no sólo afectan a los intelectuales críticos. Todo el mundo sabe que la televisión es mala y que su maldad tiene que ver con la pasividad y la fijación del espectador. Pero también es verdad que la gente siempre ha sabido, por lo menos desde que Moisés denunció al Becerro de Oro, que las imágenes son peligrosas y que pueden cautivar al que las mira y robarle el alma. Las lamentaciones iconoclastas que piensan que el problema radica en las «imágenes» no son la solución, como tampoco resulta útil actualizar la iconoclastia para sustentar nociones de «pureza» estética o crítica ideológica.

 Lo que necesitamos es una crítica de la cultura visual que permanezca alerta ante el poder de las imágenes para bien y para mal, capaz de discriminar entre la variedad y especificidad histórica de su uso. (2) 


En el anterior fragmento, Mitchell ha logrado sintetizar brillantemente- no por alardes de erudición sino que por gran simpleza del ejemplo dado- el problema de esta superabundancia de imágenes y también la forma de manejarla para nuestra percepción y sus consecuencias: la crítica de la cultura visual y la alerta ante el poder de la imagen.



Fuentes bibliográficas:

  1. Filosofía de la Imagen. Varas, Ana.Gottfried Boehm, pág.102

  2. Teoría de la imagen. Mitchell, W.J.T, pág.10

  3. Teoría de la imagen. Mitchell, W.J.T. pág. 282

  4. Homo Pictor, la libertad de la imagen. Jonas, Hans. Pág.241

 
 
 

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